Bergabadet

“Estoy en un lugar en el que nunca había estado”.
Es correcto. Pero de la misma forma podría iniciar todas mis anotaciones diarias en este viaje. Voy a estar seguramente en lugares donde nunca habré estado antes. Atravieso, lentamente, vecindades, parajes, localidades, comarcas que nunca había visto. Ni siquiera con el rápido barrido de la mirada desde la ventanilla de un automóvil o un tren, menos aún con la obligada minuciosidad del caminante.

Y en el caso de excepciones, probablemente sería lo mismo, lugares en los que sentiré que nunca he estado. Ya he comprobado la forma en que escenarios de mi juventud se han vuelto irreconocibles. Calles, barrios, plazas en las que con angustia y desesperanza he buscado testimonios de que la memoria no me engaña, de que mis recuerdos no son fantasías, meras construcciones imaginarias de mi nostalgia.


¿Dónde estoy ahora?  En Bergabadet, un pequeño balneario en un lago, hermoso y perfectamente desierto. Está a un par de días de Nyköping, mi próximo sitio de aprovisionamiento. Me he desviado de la ruta para llegar aquí. Por lo menos me costará medio día de marcha. Pero valio la pena.

Tal vez me quede un par de días. El espejo de agua, el bosque encendido por el otoño, el manto de niebla que oculta a medias algunos islotes del lago, me transmiten sosiego, una profunda calma. No tengo frío, y mis piernas y mi espalda se regocijan cuando me quito la mochila y descanso el cuerpo sobre un húmedo banco de plaza, allí donde el césped cede el terreno a la arena de la playa.

He estado un poco nervioso por mis problemas prácticos y logísticos. Y me he sentido un poco solo, como abandonado.

La mía es sin duda una situación algo precaria. Y estoy solo, claro.
Pero nadie me ha abandonado. Soy yo el que he abandonado.

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