Tal vez no fue una buena idea quedarme aquí. O quizás lo que hice mal fue interesarme por la pequeña cabaña a un lado del balneario. Busqué en Internet y ahora sé que se llama Fristastugan.
Estoy muy sensible. Mucho de lo que veo desata una cadena de asociaciones que me lleva al pasado, me despierta recuerdos, me mueven a repasar episodios o pensar en lugares que pueden provocar nuevas corrientes de nostalgia, tristeza o arrepentimiento. Abren puertas que, de antemano, no sé a qué se abrirán. O me llevan a reflexionar sobre mi presente, lo que es peor.
En esta etapa quiero moverme, no pensar.
La cabaña es una modesta construcción de madera. Como casi todas las cabañas aquí, pintada
de rojo oscuro con aberturas y detalles blancos. Un pequeño porche protege la entrada a la que se llega por una grada, también de madera. Las pequeñas ventanas no tienen persianas y permiten generosamente espiar el interior. Se ve una cocina, relativamente moderna y completamente equipada, con microondas y lavaplatos.
Tres ventanas dan al cuarto principal, una sala en la que una larga mesa ocupa el lugar central. A su alrededor hay mesas más pequeñas, armarios, una estantería con algunos libros y candelabros y, en las paredes, cuadros con motivos tradicionales suecos. Un par de puertas llevan seguramente al baño y a una alacena. Tal vez haya un dormitorio ahora convertido en depósito u oficina.
La cabaña, pese a su modestia, se ve limpia y cuidada. Se nota que se la usa. Leí que la administra una asociación vecinal que organiza fiestas veraniegas o la alquila para las celebraciones privadas de vecinos y miembros. Las fotos que muestran en la red retratan a gente mayor. Iba a decir ancianos, pero prefiero no hacerlo: son apenas mayores que yo.
Se ve señoras con trajes folklóricos. Hay un retrato de una dama sonriente que parece ofrecer al fotógrafo, o al espectador, un bollo de canela de la bandeja que la antecede. Hay una foto de un hombre con traje campesino tocando violín. Han fotografiado con cierto detalle un trencito hecho de galletas de jengibre y profusamente adornado con confitura de colores.
Las fotos no son nuevas. Me imagino que deben haber sido tomadas hace unos años, tal vez cuando una nueva comisión directiva inyectó algo de vitalidad en la asociación. Los fotografiados se ven felices y orgullosos.
Yo podría haber sido uno de ellos. Si lo pienso bien creo que yo también he sido uno de ellos, aunque en otro lugar y en otras fotografías.
