“No creo que vaya a volver”, es una mejor respuesta.

Esa debería ser mi respuesta. Comunica que mi regreso es improbable, pero no
imposible. Y casi sugiere que no soy yo el que decide. Aunque en el fondo
lo sea. Insinúa que hay otros factores que influyen en el resultado final. Y eso también es cierto y asimismo irrelevante.
A mi edad, siempre existe la posibilidad de que me muera antes de emprender el regreso, independientemente de si la vuelta es en una semana, dos meses o tres años. Ya pasé la edad en que uno muere joven.

Una pregunta relevante, si se trata de regresar antes de morirme, sería la de por qué no vuelvo ahora, mientras estoy vivo y todavía cerca (aunque ella no sepa esto último). Pero yo conozco a mi hija y la puedo ver, moviendo sus pulgares rápidamente sobre la pantalla del celular, para preguntarme por qué creo que no voy a volver.

Esa es mi respuesta.
“Nena, no creo que vaya a volver”.