Podría responderle, podría responderme: “No voy a volver”. Es lo primero que me viene a la cabeza.
Es la respuesta más simple pero tal vez no sea la más fiel a la verdad. Aunque nunca vuelva. En su brevedad, se pierden matices. Y su brevedad también le otorga otros.
Es una respuesta categórica que no deja lugar a alternativas. Y quiero pensar que
hay una pequeña posibilidad de que vuelva. Pero es respuesta omite toda probabilidad de que vuelva.
Por ejemplo, de que vuelva muerto y cremado, envasado en una pequeña urna. Así volvió mi padre a Argentina y así volvió mi madre a Gotemburgo.
También me pueden enviar de regreso, vivo y en contra de mi voluntad. Tengo tantas fronteras que cruzar, controles que pasar, funcionarios y policías que convencer de que no represento ningún peligro, para otros, para la sociedad, para las finanzas públicas o para mí mismo. Me pueden deportar a Suecia, un país de origen que no es el mío.
Y por último, escribir “no voy a volver” parece expresar un deseo, una voluntad de no regresar que en realidad no tengo. Esa certeza no es mía, es simplemente semántica.
