Sorpresas


Hoy me sorprendí dos veces. Escuché disparos. Claramente armas de fuego.

En la primera oportunidad, descubrí más adelante un campo de tiro en un tramo sin bosques del camino. Deduje que alguien disparaba con un fusil a un blanco a cientos de metros de distancia.

Seguí caminando sin ver a un tirador o actividad alguna y, a causa de los disparos, recordé que una vez en mi vida me salvé –algunos de mis amigos dirían “me perdí”– de hacer una prueba obligatoria de tiro. La citación nos llegaba a la escuela, a los varones, y creo que no teníamos más de trece o catorce años.

Era una prueba organizada por los militares y se hacían en los polígonos de tiro más cercanos. Yo no recuerdo por qué no participé. Pero de los relatos de mi hermano mayor y de mis compañeros de clase me queda el estampido atronador de los viejos fusiles Mauser que se usaban, la violenta patada de la culata contra los flacos hombros adolescentes y las señales con banderines que soldados conscriptos hacían desde una fosa debajo de los blancos (¡eso me hubiera gustado ver!).

Era una preparación para defender a la patria, explicaban. Una experiencia traumatizante para la mayoría, una aventura inolvidable para algunos. Me fastidia no recordar cómo se llamaba oficialmente. Creo que era un nombre ridículamente grandilocuente.

Mientras caminaba perdido en esos recuerdos, otra vez una serie de disparos vuelven a sobresaltarme. El campo de tiro había quedado atrás así que pensé que eran cazadores. Pero estos nuevos disparos parecían provenir de armas de menor calibre y se repetían con cierta regularidad. Debía ser otro campo de tiro. Nunca lo sabré.


Más adelante, justo al doblar a un angosto camino en el que no se escuchaban disparos sino el lejano brumar de una autopista, me crucé con una joven jinete. Una adolescente que llevaba el casco y la vestimenta de protección que son regla en Suecia.

Su caballo ni reaccionó por mi súbita presencia y pasó a mi lado sin inmutarse. La chica ni levanto la mirada del teléfono celular que sostenía frente a sí con una mano mientras sujetaba las riendas con la otra.

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