Piscina

– “Esa mochila no entra en nuestros armarios”.

Lo primero que dijo la chica en la recepción de la casa de baños cuando quise comprar una entrada a la piscina. Yo había advertido su mirada desde el momento en que entré a la amplia antesala. No había mucha gente, viernes a media mañana, y seguramente yo había llamado su atención.

No más entrar, sentí que no me gustaba el lugar. Y maldije no haber dejado mi mochila en el bosque, aunque hubiera tenido que deshacer camino.

La casa de baños era moderna y reflejaba los cambios en el papel de estos establecimientos con el tiempo. En una pequeña ciudad creí que todavía podía encontrarme con uno de esos viejos templos de la higiene y la salud pública construidos a mediados del siglo pasado. Pero hoy, la casa de baños municipal, ofrece más que nada placer, relajamiento y diversión. En vez de empleados municipales, gente mayor con un aura de autoridad y responsabilidad,  te reciben jovencitos vestidos con los vivos colores de una empresa privada.

– “¿Tal vez te la pueda dejar aquí en la recepción? Yo tengo lo que necesito aquí en esta bolsa”, pregunté y comprendí inmediatamente que mi vieja bolsa plástica de supermercado no contribuía a hacerme presentable.

La chica miró a su alrededor, no supe si para buscar un lugar donde ubicar mi mochila o para buscar el apoyo de sus colegas. Resultaba claro que dudaba.

– “O la puedo dejar en algún cuarto servicio, donde guardan los productos de limpieza. No tengo nada de valor y yo acepto la responsabilidad”, argumenté.

Finalmente accedió. Pagué y me miró como si viniera de otro planeta cuando pregunté si podía alquilar una toalla. Me remitió al “shop” que tenía a su lado.

Le dejé la mochila para que la deje en el cuarto de servicio y mientras me alejaba me advirtió: “El billete de entrada tiene tres horas de duración”.

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