Tenía todo el tiempo del mundo. Y sabía dónde podía buscar. Pero resultó algo
más difícil que lo que había pensado.
Finalmente hallé las llaves en un pequeño galpón para guardar leña, algo apartado de la cabaña. Colgaba de un clavo, del lado interior de una rústica puerta que permanecía abierta.
Siempre hay una llave extra en las cabañas. A menudo, oculta junto a la puerta correspondiente, debajo de un felpudo o de una maceta, en un ejercicio inútil de precaución. Esta vez, en esta cabaña, se habían esforzado más.
Yo no quería entrar a la cabaña para calentarme, para llevarme algo o cocinar mi comida.
Traté de dejar todo en orden, como lo encontré.
Los de la asociación vecinal nunca sabrán que lavé mis medias, mis calzoncillos y mis camisetas en su máquina lavaplatos (no había lavarropas).
Hoy, cuando la ropa estaba seca, reanudé mi marcha hacia el sur.
