No me veo. A veces me ven pero yo no me veo. Ysi me veo, es más frecuentemente en los ojos de otros. Y no me gusta como me ven.
Caminando a la vera de caminos vecinales, por senderos en el bosque, por las calles de pequeños pueblos, no me veo a mi mismo. No hay espejos, son pocas las vidrieras o monitores en las entradas de locales que me devuelvan mi imagen.
Me cuesta admitir que extraño la diaria posibilidad de arrojar esa rápida mirada que uno sea da en el espejo antes de salir de casa. Y extraño aún más el largo intercambio de cada mañana y
cada noche, en el espejo del botiquín del baño. Mirarse a los ojos durante un profundo y silencioso diálogo consigo mismo. O según el humor, hacerse muecas o estudiarse el rostro.
He perdido la sintonía con mi apariencia. Por eso me sorprende -y me indigna- la forma en que me miran, cómo me ven.
¡Soy yo, el mismo de siempre! Sigo siendo el mismo de siempre, el de hace un mes. Aunque en la casa de baños de Nyköping me hayan recibido como si yo fuera otro.
