Estoy en Söderköping, en Östergötland. Según Google me encuentro a 179 kilómetros de mi casa. De la que era mi casa. Yo he andado seguramente algunos kilómetros más, con las vueltas que he dado.
Hoy estoy de mal humor y esa información no mejora las cosas. Al contrario, me provoca desazón e ira.
Desazón porque me recuerda que yendo en auto –yo ya no tengo– hubiera tardado dos horas y ocho minutos. Y si hubiese elegido el tren, también me llevaría menos de tres horas. En bicicleta dice Google que el recorrido lleva nueve horas. Esto último me cuesta creerlo.
Pero lo que me despierta indignación es que calcula un día y 13 horas si uno va a pie.
Yo ya llevo caminando un mes.
Y aunque he tomado días libres y –a mi edad– tal vez vaya más lento que el promedio de los caminantes, no entiendo el cálculo. Perdón, Google, pero yo tengo que hacer pausas, tengo que dormir, hacer compras. Debo lavar mi ropa y cocinar. Tengo que escribir, cargar las baterías de mi teléfono. Tengo que lavarme y ducharme cuando tengo la oportunidad. Debo cavar un pozo para cubrir mis excrementos cuando hago mis necesidades en la naturaleza.
Y tengo que contestar los mensajes de mis hijas que no me dejan en paz.
